ETAPAS DE LA HISTORIA UNIVERSAL - EDAD MEDIA

3. EDAD MEDIA



La Edad Media es el periodo de la historia europea que transcurrió desde la desintegración del Imperio romano de Occidente, en el siglo V, hasta el siglo XV.
Su comienzo se sitúa tradicionalmente en el año 476 con la caída del Imperio Romano de Occidente y su fin en 1492 con el descubrimiento de América, o en 1453 con la caída del Imperio Bizantino, fecha que coincide con la invención de la imprenta (Biblia de Gutenberg) y con el fin de la Guerra de los Cien Años.
No obstante, las fechas anteriores no han de ser tomadas como referencias fijas ya que nunca hubo reptura brusca en el desarrollo cultural de Europa.
Parece que el término lo empleó por vez primera el historiador Flavio Biondo de Forli, en su obra “Historiarum ab inclinatione romanorun imperii decades” (“Décadas de historia desde la decadencia del Imperio romano”), publicada en 1438 aunque fue escrita treinta años antes.
El término implicó en su origen una parálisis del progreso, considerando que la edad media fue un periodo de estancamiento cultural, ubicado cronológicamente entre la gloria de la antigüedad clásica y el renacimiento. La investigación actual tiende, no obstante, a reconocer este periodo como uno más de los que constituyen la evolución histórica europea, con sus propios procesos críticos y de desarrollo. Se divide generalmente la edad media en tres épocas.

Inicios de la edad media
Ningún evento concreto determina el fin de la antigüedad y el inicio de la edad media: ni los ya mencionados como referencia aproximada ni el saqueo de Roma por los godos dirigidos por Alarico I en el 410, ni el derrocamiento de Rómulo Augústulo (último emperador romano de Occidente) fueron sucesos que sus contemporáneos consideraran iniciadores de una nueva época.
La culminación a finales del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la grave dislocación económica y las invasiones y asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes trescientos años Europa occidental mantuvo una cultura primitiva aunque instalada sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que nunca llegó a perderse u olvidarse por completo.

LA CREACIÓN DE UN NUEVO ORDEN

El imperio de Carlomagno (742-814) constituyó el primer intento de crear un nuevo orden después de los graves trastornos que se habían producido a raíz de las invasiones de los pueblos germánicos y la decadencia y caída final del imperio romano.
Desintegración del poder central y vasallaje
A la muerte de Carlomagno (814) siguieron nuevas conmociones producidas en gran parte por nuevas migraciones e invasiones: los germanos del norte o normandos, provenientes de Escandinavia, se dirigieron a Rusia, Inglaterra, el norte de Francia y el Mediterráneo.
Los pueblos eslavos se extendieron por la Europa centro-oriental. Los húngaros o magiares, jinetes nómades provenientes del centro de Asia, recorrieron la cuenca del Danubio. En el curso del siglo X estos pueblos se hicieron sedentarios y se convirtieron al cristianismo. Empezaron a formarse los pueblos que en definitiva determinarían la fisonomía de Europa.
Todos estos cambios se produjeron en medio de una transformación general de las formas económicas, sociales y políticas. Decayeron las ciudades, disminuyó y casi desapareció el comercio internacional, se redujo el uso de la moneda y la tierra quedó como la principal riqueza. Los poderes centrales perdieron toda autoridad y desapareció la organización administrativa burocrática.
Lentamente se formó un nuevo orden que ha recibido el nombre de feudalismo.
En medio de las interminables guerras los hombres anhelaron por encima de todo poder disfrutar de protección y seguridad. Como los poderes centrales perdieron toda autoridad se tuvo que recurrir a los poderes locales. Se generalizó la costumbre de que los vecinos de un lugar se sometieron a quien los podía defender mejor: a veces un conde, pero muchas veces también algún particular que no poseía ningún título o cargo oficial, pero que se imponía a los demás por su valentía y su sentido de la autoridad. A estos hombres se les empezó a llamar señores, mientras que las personas que se encomendaban a su protección recibieron el nombre de vasallos.
Entre señor y vasallo se estableció una especie de contrato: el señor prometía protección a su vasallo; éste se comprometía, mediante un juramento de fidelidad, a ciertos servicios. El régimen vasálico se generalizó a través de toda la sociedad: el rey encabezaba la pirámide: sus vasallos eran los duques, condes y otros señores poderosos. Éstos, por su parte, recibían la "fidelidad" de las personas más ricas e influyentes de su región las cuales, a su vez, recibían los servicios de vasallos más modestos. De esta manera, desde la cima hasta la base de la sociedad, toda persona estaba vinculada a otra.

El feudo
El régimen vasálico constituyó una determinada forma de organización del poder cuyo desarrollo se vio favorecido por las condiciones económicas imperantes en la época. En aquellos tiempos la tierra era la única riqueza. Muchas veces los propietarios, al encomendarse a una persona más poderosa, solicitaron protección no sólo para ellos mismos, sino también para sus tierras. A menudo donaban sus tierras a su protector, pero conservaban su usufructo. Por otra parte, los señores poderosos, dueños de grandes propiedades, para recompensar a sus servidores, les daban uno de sus propios dominios y les permitieron recibir sus productos. El dueño daba su tierra en beneficio o, como se diría luego, en feudo.
En un comienzo se concedieron los feudos ante todo como compensación económica por los servicios prestados. Más, con el tiempo se generalizó la costumbre de que los señores diesen los feudos a aquellos que se encomendaban a ellos como vasallos.
El régimen feudal nació de la combinación de vasallaje y feudo.


Régimen feudal
Este sistema de tenencia de la tierra y servicio personal se generalizó en la mayor parte de Europa, si bien sus formas específicas variaron mucho de un país a otro y, de un siglo a otro.
El acto mediante el cual una persona se convertía en vasallo y recibía un feudo era solemne, lleno de colorido. El vasallo debía prestar el homenaje: se arrodillaba, con la cabeza descubierta y sin armas, y colocaba sus manos juntas entre las manos del señor. Luego decía: "Señor, yo seré vuestro hombre". Al homenaje seguía la fe, el juramento de fidelidad que se prestaba poniendo el vasallo sus manos sobre las Sagradas Escrituras o una reliquia. Luego seguía la investidura: el señor investía al vasallo del feudo y con este fin le entregaba un objeto simbólico, una rama o un terrón que representaba la tierra enfeudada.
Mediante el homenaje y la investidura se establecía un contrato que imponía obligaciones recíprocas.
El señor debía al vasallo protección y mantención. El vasallo debía ayuda y consejo. La ayuda más importante era el servicio militaro servicio de hueste: el vasallo debía presentarse con armadura y caballo y debía mantenerse con sus propios medios.
Como un señor poderoso tenía a muchos vasallos, el vasallaje le proporcionaba las fuerzas armadas necesarias para defender sus propiedades y las de sus vasallos y siervos. Con el tiempo, el servicio militar quedó reducido a cuarenta días al año. El vasallo debía prestar ayuda pecuniaria: para pagar el rescate del señor que había caído prisionero, para dotar de armadura al hijo primogénito del señor que era armado caballero, para el matrimonio de la mayor, y para la partida del señor a Tierra Santa. El servicio de consejo comprendía, ante todo, la asistencia al tribunal del señor.

Cada señor gobernaba en sus dominios. Los grandes señores, los duques y condes, eran verdaderos reyes en sus dominios: mantenían sus propias fuerzas militares, administraban justicia, percibían impuestos y acuñaban monedas. Y también los vasallos inferiores ejercían funciones públicas que en el imperio romano habían sido desempeñadas por la administración imperial y que en el Estado moderno serían desempeñados por los organismos propios del Estado.
Con el tiempo no sólo las tierras, sino también toda clase de funciones y derechos públicos fueron entregados en feudos. Los condes, que una vez habían sido funcionarios nombrados por el rey, se convirtieron en vasallos que ejercían las funciones públicas por derecho feudal. El rey feudal gozaba de un poder muy limitado. Sólo ejercía autoridad sobre sus dominios propios y los vasallos inmediatos, pero no tenía ningún poder directo sobre la gran masa de la población.
El régimen feudo-vasálico fue, pues, una organización del poder político que correspondió a las condiciones especiales de la Edad Media. El sistema feudal no pudo garantizar plena estabilidad política. Sin embargo, en tiempos de escaso desarrollo económico y técnico y de mucha violencia, ofreció ciertas condiciones de paz y justicia e inculcó a los hombres ciertos valores que conservan su sentido hasta la fecha: el sentido del honor, la virtud de la lealtad, el respeto por la dignidad de la persona, la estimación de la mujer, la fe en la palabra dada.
.
La villa, núcleo básico de la economía medieval
El régimen feudal constituía una organización del poder político que regulaba los derechos y deberes de los señores y los vasallos. Su base económica era la villa, organización del trabajo agrícola, de la vida de los campesinos y de las relaciones entre éstos y el señor de la villa.
La villa tuvo sus orígenes en las formas de explotación de los últimos tiempos del Imperio Romano y en las condiciones que se produjeron a raíz de las invasiones. Durante aquellos tiempos calamitosos muchos pequeños propietarios prefirieron entregar su tierra a algún propietario poderoso y convertirse en siervos de éste con el fin de recibir su protección.
El feudo de un gran señor podía comprender a cientos de villas, mientras que un feudo pequeño podía estar formado por una sola villa. La parte mas importante de la villa estaba formada por la casa señorial que muchas veces era un castillo fortificado. A su lado se elevaban los almacenes, talleres, establos, los hornos y los molinos.

El censo se pagaba en especies: granos, carnes, aves, huevos, miel, telas. Los siervos debían trabajar en las tierras del señor dos o tres días de la semana y debían aportar sus herramientas y su propia yunta de bueyes. Además estaban las praderas y los bosques comunes, sobre los cuales el señor se reservaba algunos privilegios, como el derecho de caza, pero que por lo demás podían ser aprovechados por todos los villanos para que pudieran llevar allá sus animales y sacar leña.
Cerca del castillo estaban la capilla o iglesia, la casa del sacerdote y la aldea con sus angostas callejuelas y las modestas casas de los campesinos o villanos. Las tierras de la villa estaban divididas en dos partes: una parte, la tierra señorial o "reserva", era explotada directamente por el señor a quien correspondían todos los productos. El trabajo era ejercido por los siervos domésticos y por los villanos que estaban obligados a prestar servicios personales. La otra parte estaba dividida en lotes o "mansus" que eran concedidos a los villanos quienes los explotaban en beneficio propio a cambio de lo cual debían pagar un censo y prestar servicios personales.
El señor de la villa ejercía sobre los villanos una autoridad patriarcal y una jurisdicción privada. El siervo de la gleba estaba, por nacimiento y herencia, ligado a la tierra. No podía abandonar la villa y trasladarse a otra parte. No podía casarse sin el permiso del señor. Si bien en teoría se encontraban acogidos a la protección y la justicia del rey, de hecho dependían casi totalmente del señor de la villa.
La villa trataba de ser autosuficiente, esto es, producía lo que necesitaba y consumía lo que producía. Los mismos villanos hacían el pan, preparaban la cerveza y el vino, hilaban, tejían confeccionaban sus sencillos muebles. El trabajo tenía el fin de sustentar a todos los habitantes de la villa, pero no servía al lucro.
Los instrumentos y las técnicas agrícolas eran primitivos: la guadaña, la echona, el molino de piedras, el arado de palo sin ruedas. No se practicaba una rotación de los cultivos. La mitad o la tercera parte de las tierras quedaba cada año en barbecho para que el suelo pudiera descansar. El rendimiento era muy bajo. Por cada grano que se sembraba sólo se cosechaban 4 ó 5 granos. La alimentación era muy poco variada. El pan era el alimento más importante. A veces se comía carne de ave o chancho. El ganado vacuno era escaso. Con la poca leche se hacía queso. Las bebidas más importantes eran la sidra, la cerveza y el vino.

EL DESARROLLO ECONÓMICO,
EL RESURGIMIENTO DE LA VIDA URBANA Y EL DESARROLLO CULTURAL
Desarrollo económico y social
En los primeros tiempos de la Edad Media la economía tuvo un carácter casi exclusivamente agrícola. Recién a partir del siglo XI empezaron a renacer los mercados, los centros urbanos y el comercio internacional.
A raíz de las Cruzadas aumentó el intercambio comercial entre las ciudades italianas y el Cercano Oriente. Con el tiempo, la cantidad de bienes traídos de Oriente llegó a ser tan grande que ya no pudieron ser consumidos por los mismos italianos. Los mercaderes empezaron a cruzar los Alpes y a vender sus mercaderías en los países del norte.
El comercio internacional se desarrollaba desde el este hacia el oeste. Las exportaciones de China y la India eran llevadas a los puertos del Golfo de Persia y del Mar Rojo. De ahí las caravanas de camellos y caballos partían a Alejandría en Egipto o a los puertos de San Juan de Acre y de Jafa en Palestina. Allí las mercaderías eran cargadas en los barcos y llevadas a las ciudades del norte de Italia, a Venecia, Génova y Florencia.


Un segundo sistema de comercio internacional se desarrolló en los mares del norte. Lana inglesa y paños flamencos eran llevados en barco por el Mar del Norte y el Mar Báltico a los puertos escandinavos y bálticos donde eran intercambiados por cueros, pieles, granos y madera.
Para la economía cerrada de las aldeas, sólo habían existido mercados locales, donde los siervos de la villa podían vender semanalmente los pocos excedentes de su producción agrícola y los productos de su industria doméstica. A raíz del crecimiento del comercio internacional los señores feudales establecieron ferias, que se celebraban una vez al año y donde se juntaban los comerciantes provenientes de todas partes de Europa. Particularmente famosas eran las ferias de la Campaña de Francia. El señor concedía su protección armada a la feria a cambio de lo cual se le pagaba un tributo.

El aumento del comercio se relacionó con un aumento del uso de la moneda y del dinero circulante. En las ferias algunos comerciantes se dedicaron a los negocios de dinero: establecieron su banco para cambiar monedas; recibían dinero en depósito y giraban letras de cambio para poder efectuar pagos en otras plazas. También prestaban dinero cobrando intereses. Esta práctica fue prohibida en un comienzo por la Iglesia como usura. Mas con el tiempo se establecieron leyes para impedir la usura y establecer una tasa justa de intereses.
Al mismo tiempo renació la vida urbana. Muchas ciudades se formaron al pie de los muros de un castillo o al lado de un palacio episcopal o de un convento. Otras se establecieron a orillas de los ríos, las vías naturales del comercio.
En aquellos tiempos belicosos, las ciudades, al igual que los castillos, tuvieron que rodearse de poderosos muros y fortificaciones. En el centro de la ciudad había una plaza en que se celebraba el mercado semanal. A su costado se elevaban la Iglesia, el palacio del ayuntamiento y las casas de los principales gremios y de los patricios. Como el recinto urbano era reducido, las calles eran estrechas y las casas angostas de varios pisos.
La vida urbana era muy distinta de la vida del campo y, por lo tanto, las ciudades tuvieron que darse sus propias leyes y su propia organización.
El gobierno de la ciudad era ejercido por un Concejo Municipal, cuyos miembros eran elegidos por las corporaciones. Solían pertenecer a las familias patricias, esto es, las familias más antiguas y ricas. El Concejo estaba presidido por un alcalde. El gobierno municipal cuidaba de la defensa de la ciudad y de la seguridad pública, percibía los impuestos, administraba el dinero municipal, nombraba a los jueces y jurados, administraba las escuelas y los hospitales y fijaba la política económica.
En un comienzo las ciudades dependieron del señor en cuyo territorio habían sido fundadas. A partir del siglo XI las ciudades se levantaron y, mediante negociaciones y violentas luchas, obtuvieron gradualmente su independencia, quedando sujetas directamente al rey. Los impuestos que las ciudades pagaban al rey aumentaban su riqueza y, por lo tanto, también su poder sobre los nobles. Las ciudades se convirtieron en aliados importantes de los reyes en su lucha por consolidar el poder central y quebrar la resistencia de la nobleza feudal.
Con el fin de reglamentar las actividades comerciales, los mercaderes se organizaban en asociaciones o guildas. Sólo los miembros de una guilda estaban autorizados para vender sus mercaderías en determinados distritos, de modo que gozaban de un monopolio en esa región. El tribunal de la guilda juzgaba los conflictos entre los miembros y castigaban a comerciantes deshonestos. La guilda ayudaba a sus socios en la vejez y mantenía casas para los pobres.
Los artesanos tenían sus propias asociaciones, los gremios. Para cada actividad artesanal había un gremio correspondiente: joyeros, zapateros, peleteros, armeros, etc.
Para poder ejercer algún oficio, era indispensable pertenecer a un gremio. Este fijaba los precios y reglamentaba la cantidad y la calidad de la producción. Se debía realizar el trabajo por el honor del oficio y no por afán de lucro.
La formación de un buen artesano tomaba largo tiempo. Un aprendiz entraba de niño al taller de un maestro donde permanecía entre cinco y doce años. Vivía en la casa del maestro donde recibía comida y vestuario, pero ninguna remuneración. Al terminar el aprendizaje se convertía en oficial y empezaba a recibir un salario. Para completar su formación, los oficiales debían salir de viaje y trabajar en distintos talleres.


Vueltos a la ciudad natal, presentaban su obra maestra y rendían un examen para ascender a maestros. Las ciudades y los gremios muchas veces establecieron tratados  y alianzas con otras ciudades y otros gremios para concederse mutuos privilegios y unir sus fuerzas en la lucha contra los piratas, los salteadores de caminos y las ciudades rivales. La más importante de estas asociaciones fue la Liga Hanseática que, hacia fines del siglo XIV, incluyó a cientos de ciudades y puertos del norte de Alemania, de los Países Bajos, Inglaterra, Escandinavia y Rusia y que logró establecer su monopolio sobre el comercio marítimo de todo el norte de Europa.
Con el desarrollo de la ciudad y de la población urbana apareció un elemento nuevo en la sociedad europea. El habitante de la ciudad o burgo, el burgués, a diferencia del noble, estaba interesado en el comercio y el trabajo y no en la guerra. En la ciudad no existía la servidumbre: "El aire de la ciudad hace libre". Los vecinos eran hombres libres que se sentían orgullosos de sus derechos, de su riqueza y de su poder.

Desarrollo cultural
El surgimiento de las ciudades, la formación de una próspera clase media, las reformas monásticas y el contacto con otras culturas estimularon el desarrollo cultural. Los príncipes y la Iglesia necesitaban de personas instruidas en las leyes. El comercio internacional y las operaciones de dinero requerían de un mayor grado de instrucción. Con el fin de responder a estas exigencias se formaron asociaciones de profesores y estudiantes, comparables a los gremios con sus maestros y aprendices. Estas corporaciones de estudio recibieron el nombre de Universidades. La  primera fue la Escuela de Bolonia, famosa por sus juristas.
Luego, los príncipes y reyes fundaron Universidades en toda Europa. La fundación debía ser aprobada por el Papa. Cada Universidad recibía sus estatutos propios. La Universidad estaba dividida en las cuatro Facultades de Artes, Medicina, Derecho y Teología. El primer grado universitario era el Bachillerato. El título de Magister confería el derecho de enseñar en la Universidad. Los estudios culminaban en el Doctorado.
Las Universidades servían a la formación profesional y preparaban a los profesores, médicos y abogados que la sociedad necesitaba. Pero su tarea más elevada consistía en la búsqueda e interpretación de la verdad. Los sabios cristianos estaban convencidos de que la razón y la fe se complementaban. La filosofía y la teología debían explicar los misterios de la revelación divina. El sabio más famoso de la Edad Media fue Santo Tomás (1225-1274), el principal representante de la Escolástica, quien creo con su Summa una síntesis de la filosofía aristotélica y del pensamiento cristiano.
Durante toda la Edad Media el latín fue la lengua de la Iglesia, de las Universidades y de la ciencia. Al formarse las nacionalidades europeas, éstas desarrollaron sus propias lenguas, que luego encontraron también expresión literaria. En España nació como primer documento literario de la lengua vernácula el Poema del Cid. Se considera que la obra literaria más grandiosa de la Edad Media es la Divina Comedia, del poeta italiano Dante. Esta obra, que narra la historia del viaje mítico del poeta por el infierno, el purgatorio y el cielo, es auténtica expresión del espíritu religioso de la Edad Media.
La religiosidad medieval encontró también su expresión en las creaciones del arte y, en especial, en la arquitectura. A partir del siglo X se desarrolló el arte románico, que se caracteriza ante todo por el empleo del arco de medio punto y la bóveda y la cúpula de media naranja. En el siglo XII nació en Francia un nuevo arte que recibiría el nombre de gótico. Sus elementos más típicos son el arco apuntado u ojiva, las ventanas de lancetas, los rosetones y las vidrieras de múltiples colores. La catedral gótica, con sus altas torres y sus altas naves era expresión de una profunda religiosidad y de la mística esperanza del hombre medieval de unirse a Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario